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Teresa Margolles: ¿De que otra cosa podríamos hablar?

Según la prensa, 2008 fue el año en que más balas se dispararon en la historia reciente de México. Ese mismo año más de 5.000 personas perdieron la vida en los diversos episodios de violencia y ejecuciones ligados con la actividad del tráfico de sustancias y su represión, cuando durante el año 2007 la cifra fue de aproximadamente 2.800. Más allá de que las estadísticas de bajas han escalado a niveles comparables con una zona de conflicto bélico, la sangría va a dejando a su paso un trauma permanente en una multitud de comunidades y familias.

Debido al reciente apogeo de la violencia, el trabajo de Teresa Margolles (* 1963 Culiacán, México), que por cerca dos décadas se ha ocupado de la exploración de las posibilidades artísticas de los restos humanos, de la memoria de la pérdida provocada por la muerte violenta, y de las instituciones que administran los cadáveres, ha adquirido una mayor relevancia. Su acometida radical a "la vida del cadáver" con el grupo SEMEFO a principios de los años noventa, que la llevó más tarde a desarrollar toda una gama de métodos abstractos y evanescentes para invadir con sustancias corporales la estética post-minimalista del arte contemporáneo dominante, ha sufrido una nueva mutación para trabajar a partir de los residuos materiales de las ejecuciones provenientes de la calle, así como en diálogo con la producción verbal que se le asocia: las notas que acompañan las ejecuciones, los reportes policíacos y los recuentos periodísticos de la violencia. La artista ha dejado la morgue donde había localizado su estudio, para absorber la ampliada infección de la muerte en el cuerpo social y proponer medios para ahondar la interacción entre la estética contemporánea y la materialidad degradada.

La exploración que Margolles realiza de la necrópolis contemporánea involucra una monstrificación de las estrategias de exploración urbana del flaneur moderno. La artista y sus colaboradores exploran el territorio citadino, en pos de minúsculos residuos y huellas de los asesinatos. A través de una variedad de técnicas (empapar trozos de tela con sangre o lodo en la escena de una ejecución, recolectar pequeños fragmentos de vidrio de los parabrisas de autos involucrados en un tiroteo, o por el registro visual o sonoro de un paisaje cargado emocional y simbólicamente por la memoria de la muerte) Margolles cosecha el remanente informe de miles de vidas, estableciendo la cartografía de un territorio marcado por la acumulación de cadáveres.

En Venecia, Margolles llevado a cabo una instalación a partir de acciones discretas, y a veces casi inmateriales, que tienen lugar en un sitio históricamente sobrecargado. Aquellas substancias de furia, pérdida y desecho social, son transferidas (o mejor dicho, contrabandeadas) a un palacio veneciano del siglo XVI, canibalizando de paso los signos de decadencia e historia del edificio. Más que una presentación de objetos o imágenes, lo que Margolles hace es exponer a su público a la sacralidad fantasmal y abyecta de fluidos y residuos: joyas hechas con fragmentos de parabrisas, aforismos asesinos bordados en oro sobre sangre, sonidos grabados en los paisajes de la muerte, todos ellos convergen para producir un espacio de reflexión, amenaza corporal y ansiedad

En una época donde las fronteras ya no pueden contener la peste, en una era en que la política se activa con el uso ideológico del miedo, y donde el capital global se acompaña de toda una epidemiología de violencia, ¿De qué otra cosa podríamos hablar? quisiera sugerir la necesidad de politizar el descontento y disgusto, en lugar de aceptar las estrategias de un nuevo orden mundial erigido sobre las ruinas de las guerras perpetuas del poder y sus cruzadas infinitas.

© Texto publicado por los organizadores como material de prensa

Pabellón de México 2009

Cuauhtémoc Medina
es el curador de la exposición del pabellón mexicano en la Bienal de Venecia 2009

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