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Verboamérica / © Foto: Haupt y Binder, Universes in Universe

Verboamérica

21 septiembre 2016 - 19 agosto 2018
MALBA, Buenos Aires
Dirección, contacto

Curaduría: Andrea Giunta, Agustín Pérez Rubio

170 obras del la colección del MALBA

Fotos de la exposición


En el marco de la celebración del 15 aniversario del museo, se presenta esta nueva exposición de la colección permanente, curada por la historiadora e investigadora Andrea Giunta y por Agustín Pérez Rubio, Director Artístico del museo. La exhibición es el resultado de un proyecto de investigación más amplio de más de dos años, que propone una historia viva de América Latina, expresada en acciones y experiencias. Una historia poscolonial que asume que el arte latinoamericano no debe entenderse tan sólo a partir de las denominaciones que propuso la historia del arte europeo, sino a partir de los nombres que los propios artistas formularon cuando crearon sus programas estéticos.

La exposición rompe el clásico recorrido cronológico e incluye 170 obras divididas en ocho núcleos temáticos, en los que conviven obras de diferentes períodos históricos y de una multiplicidad de formatos.

Núcleos temáticos

Núcleos temáticos de la exposición

En ciertos momentos de la historia, las formas exploran los bordes de la representación. Investigan estados de imprecisión que remiten a situaciones en las que los conceptos visuales están en gestación. Son obras que aluden a momentos inaugurales, de eclosión. Lo hacen convocando imágenes imprecisas, materiales que comunican una situación mutante y transformativa que apela a lo informe, a la percepción corpórea, a la explosión imaginativa. El estallido de los volcanes, los tornados, las inundaciones, las catástrofes a las que sigue la vida. Sus repertorios tienden a lo circular y a lo curvo, como significantes de lo primigenio, como evolución inconclusa de un pensamiento; a la vida y a la muerte, como comienzo del mundo y también del acto artístico.

La exploración de América tuvo relación con la sed de oro, plata, piedras preciosas, minerales e hidrocarburos, como sucede en la actualidad. Zacatecas, Potosí, Minas Gerais, Serra Pelada. Los mapas del mundo se vinculan al poder. Los límites, los territorios, las soberanías fluctúan cuando se disputa la tierra y sus recursos. El arrebato de la naturaleza. La idea de fundación misma se instala desde los parámetros de la conquista. El concepto de nación se instaura a partir del conflicto entre la colonia y la metrópoli, en parte por la necesidad de expandir el comercio, pero también como parámetro desde el cual establecer identidades independizadas de Europa. En los nuevos territorios se probaron modelos de explotación, de vida urbana, de repúblicas, de ciudadanías normalizadas desde el Estado y también estrategias de emancipación.

La ciudad es el escenario privilegiado de la experiencia moderna. Imaginémonos inmersos en la transformación precipitada e incesante que a comienzos del siglo XX se produjo en las crecientes urbes latinoamericanas. Sus artistas viajaban a Europa y se deslumbraban con París, con Barcelona y, también, con Nueva York. Y, cuando regresaban, volvían a dar cuenta, en sus obras, del impacto que la expansión de sus propias ciudades producía en sus formas de entender la experiencia urbana: San Pablo, Buenos Aires, Montevideo, México, Lima, Santiago de Chile, Bogotá, Río de Janeiro, Lima, Caracas, La Habana, Quito, etc. Ellos idearon lenguajes capaces de capturar el vértigo de la transformación facetando los cuerpos, fragmentando y comprimiendo las experiencias de la vida en el ritmo urbano. Buscaron, en un sentido, convertir los lenguajes en formas de ordenar estos universos fluctuantes. Estructuras ortogonales, molinetes, síntesis simbólicas de lo que concierne al hombre, a la naturaleza, a los sentimientos. En las representaciones de las ciudades se condensaban también representaciones del universo.

La ciudad no solo fue representada en sus ángulos y desde el contraste de sus luces y sombras. La escritura tuvo un rol protagónico. Provenía de los autores que se sentaban a conversar y a debatir los nuevos programas estéticos en los cafés de todas las metrópolis del mundo, de toda aquella imaginación que se desató en torno al concepto mismo de escritura. Muchos lenguajes se activaron ante la censura. Formas codificadas, secretas, de decir, escribir y pensar eludiendo el control de las dictaduras. Se inventaron lenguajes nuevos, que simulaban el orden de los textos pero en los que no había letras ni palabras conocidas. Se llegó a escribir con los dedos, dejando los rastros del cuerpo en los simulacros de renglones; se lo hizo incluso sin tinta, sin lápiz, utilizando solo las manos para dejar en el papel las huellas de las arrugas. Escrituras corpóreas. Se imaginaron y se inventaron otros códigos que, en su indeterminación, se propusieron como universales, capaces de producir nuevas formas de contacto.

El crecimiento demográfico de las ciudades latinoamericanas involucró una intensa diversificación de las tareas y de las formas de organización de las personas en la escena urbana. El trabajo en la modernidad fue, ante todo, el trabajo en la fábrica, arena del desarrollo del capitalismo. Al menos durante la primera mitad del siglo XX, la mujer se mantuvo fluctuante entre el trabajo en la casa y en la fábrica. Fue la máquina de coser –la revolución de la Singer– la que, al brindarle la posibilidad de obtener sus propios recursos sin dejar el hogar, le dio un grado de independencia económica. Recursos que administraba ella. Pero, al mismo tiempo, la sujetó aún más a la casa. El crecimiento de la fábrica generó nuevas formas de explotación de los hombres, ante las cuales se organizaron como trabajadores. No solo mediante la huelga y la manifestación –máxima organización de la multitud que disputa los medios de producción y el salario desde la coordinación de las acciones y de los gremios–, sino también desde la propaganda, las publicaciones y las imágenes con las que se interpela a los trabajadores.

Las experiencias de crecimiento y aglomeración en la ciudad generan formas de migración y también de marginación. Muchos fueron los emigrantes que llegaron para cambiar un paisaje rural por otro, urbano, en busca de una vida mejor. Pero los bordes de la ciudad, sus periferias, son también las zonas desclasificadas del desarrollo, de la opulencia, las áreas en las que la ciudad deslumbrante se convierte en desperdicios, en basura, en trauma, en precariedad. Las casas se componen de fragmentos y desechos, se levantan como construcciones endebles de chapas o cartones en los espacios vacíos de urbanización. Es la zona de los seres marginalizados de la ciudadanía, en la que conviven la infancia de los pobres y la prostitución. En los márgenes crecen el odio y la resistencia de los desposeídos. No se trata de migrantes, sino de expulsados. La sonrisa dura de la prostituta Ramona, las manchas rojas que se estrellan contra el cielo expresan esa desesperación. Salir de la ciudad es salir a la naturaleza incontaminada, es la posibilidad de construir una utopía.

Los Estados desde los que se organizaron las repúblicas latinoamericanas replicaron, en muchos sentidos, los parámetros de los Estados euronorteamericanos. Pautaron las ciudadanías legítimas y expulsaron o negaron aquellas que no cuadraban con sus principios. Del otro lado queda la experiencia de los cuerpos insubordinados. Aquellos que no se ajustan a los esquemas establecidos por la sociedad o al mandato sexual heteronormativo. Cuerpos que viven otras experiencias y buscan su reconocimiento. Cuerpos que escapan a los modelos patriarcales. Sensibilidades que exploran formas que permitan alternativas para vivir los cuerpos, otras maneras de felicidad. Fueron las mujeres, en las sucesivas olas del feminismo, quienes pugnaron por otras representaciones sociales. Sin ser ellas mismas necesariamente feministas, las artistas fueron sensibles a las agendas por las que aquéllas combatían.

Sobre la violenta negación y erradicación del indígena se fundó el “descubrimiento” de América. La conquista y la colonización se asentaron en una doble negación: la de la población originaria y la de aquella que se trasladó desde África para el trabajo esclavo en plantaciones y minas. Sobre la violencia que afectó a los cuerpos se desestructuraron creencias y organizaciones sociales. Durante la colonia se produjo un inmenso y vergonzante tráfico de cuerpos. En tanto el indígena se integraba como repertorio simbólico que daba sustrato a la nación (el indígena de un pasado idealizado, no el de un presente sojuzgado), el afrolatinoamericano no ocupó un lugar en el podio de las ciudadanías heroicas. Aunque integró los ejércitos que combatieron por las repúblicas, y así aparece representado en las escenas de batalla, fue ignorado por las historias del arte latinoamericano. Solo recientemente el componente africano se visualizó en los relatos curatoriales, un elemento que aparecía en las representaciones de la modernidad artística aquietado por el modelo de integración y blanqueamiento que se percibía como el proyecto de futuro deseable: una sociedad blanca en la que el color de la piel desapareciera.

Vea también:
Entrevista con Eduardo Costantini
Fundador del MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Por Gerhard Haupt & Pat Binder, 2016.

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