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Intemperie

Por Alfons Hug

En el pasado el tiempo era simplemente tiempo. Olía a heno seco y a la goma húmeda de las botas. Al común de los hombres y a los artistas se les revelaba en forma de una pintoresca puesta de sol o de sublime nieve acumulada. El tiempo era una especie de segunda piel para los hombres, y a pesar de las inclemencias meteorológicas ocasionales uno se sentía parte de un orden mayor dentro de la naturaleza.

Sin embargo, ahora el tiempo ha devenido en clima, una entidad física anónima, de amedentradora naturaleza y capaz de desatar en todo momento la catástrofe. El cambio climático ha transformado el tiempo en intemperie. El clima es tiempo falto de poesía y estética. A diferencia del tiempo, el clima carece de aura.

Tras casi cien años desde la ópera futurista rusa “Triunfo sobre el sol”, que supo anticipar el desenfreno del progreso tecnológico, hoy se ha de temer el triunfo del sol sobre su pequeño planeta Tierra.

El cielo y la antigua idea de una perfección divina, así como se manifestaban en la era de un tiempo pre-climático, y como se revelan en el Romanticismo alemán, han retrocedido frente a la imagen satelital y google earth. Incluso los turistas que exploran la Antártida y Groenlandia hace rato han dejado atrás la búsqueda de experiencias extremas para considerarse testigos consternados del cambio climático.

Las cualidades metafísicas y simbólicas del tiempo, empero, no son susceptibles de ser abarcadas en diagramas y recuentos estadísticos.

Entretanto se pasa por alto que las transformaciones climáticas, no importa si las causa el hombre o la misma naturaleza, conllevan siempre transformaciones de la cultura. Con el clima se transforma nuestra actitud hacia nosotros mismos y nuestros semejantes.

Los fenómenos climáticos, cada vez más mediatizados, se han de volver a “culturalizar” midiendo la temperatura estética de un nuevo estado de ánimo.

Mientras el clima es susceptible de transformaciones caprichosas, auténticas catástrofes, desde una mirada filosófica el tiempo supone una categoría estable, atemporal. En las lenguas latinas, en el “tiempo” del español, por ejemplo, el tiempo en sentido cronológico y la atmósfera, esto es el reflejo del sol, la lluvia o la temperatura, se han adentrado incluso en una feliz simbiosis. La pregunta por el tiempo atmosférico aquí siempre lleva implícita una idea del tiempo cronológico.

No ha de extrañar que el tiempo, no así el clima, haya inspirado a poetas y artistas desde antaño, pues el tiempo es ánimo y espiritualidad. Rilke hablaba del “viejo calor rubio”. El tiempo imprime un soplo de vida a “Las cuatro estaciones” de Vivaldi y se corona en la espectacular puesta de sol que Claude Lévi-Strauss observó sobre la línea del Ecuador mientras cruzaba el Atlántico.

Tiempo congelado

En la Antigüedad, los filósofos creían que según las leyes de la simetría debía haber en el hemisferio sur una gran masa de tierra que hiciera de contrapeso a la superficie conocida del hemisferio norte. También los mapas de Mercator en el siglo XVI suponían la existencia de un “gran continente sur” (Terra Australis Incognita) que era considerado un paraíso tropical. La intensa búsqueda de la Antártida en el siglo XIX si inició a partir de la convicción de que el contacto con el fin del mundo sacaría a la luz nuevos conocimientos para el espíritu de los hombres.

La Antártida es el único rincón del planeta que no sabe de armas, explotación económica ni propiedad de la tierra; allí ni siquiera está permitido explotar los abundantes recursos del suelo: condiciones de utopía, por tanto. Mientras el resto del mundo se consume en conflictos interminables, talas indiscriminadas y reclamos territoriales de todo tipo, la Antártida, esa clásica tierra de nadie, responde a un mandato más sublime: no le pertenece a nadie y por lo tanto es de todos.

Sus ciclos naturales se hallan íntimamente ligados a los nuestros y su frágil ecosistema es sumamente sensible incluso a trastornos ocasionados en otras partes del mundo. La Antártica es un verdadero “aparato de medición” de la Tierra.

La armadura de hierro de este espacio mítico se asemeja a un enorme archivo que guarda la historia climática de la Tierra. La Antártida congela el tiempo.

El punto cero de la cultura

A pesar de los daños ambientales en el resto del mundo, el continente meridional conserva aún su estado de sublime inocencia. Es la tierra anterior al pecado original y quizás la última gran promesa para la Humanidad, después de que los trópicos han perdido parte de su garbo paradisíaco.

Este punto cero de la cultura es especialmente propicio para la reflexión intelectual y artística acerca del mundo: vacío, silencio, aislamiento, pero también pureza, claridad, paz, espiritualidad, desinterés material, son algunas de las categorías existenciales que se podrían explorar en la trascendental Antártida. Los artistas comenzarían allí donde no alcanzan las mediciones de los científicos, posibilitando una lectura nueva, fresca, de este punto neurálgico de la Tierra.

Desde la línea ecuatorial hasta el Polo Sur

Los artistas encontraron la "intemperie" literalmente en el mundo entero, desde la línea ecuatorial hasta el Polo Sur. George Osodi estudió las condiciones apocalípticas de la producción de petróleo en el delta del río Niger y Reynold Reynolds & Patrick Jolley las ruinas de Brooklyn. En la obra de Guido van der Werve, un rompehielos persigue a un caminante solitario en el congelado golfo finlandés, mientras que Thiago Rocha Pitta enciende un cálido brasero. Nathalie Latham vivenció la contaminación atmosférica de Pekín y Julian Rosefeldt la cacofonía de una metrópolis india. Alexander Nikolayev y Simon Faithfull en cambio, penetraron en los inhóspitos desiertos de hielo de las montañas del Hindu-Kush y la Antártida.

Deborah Ligorio disfrutó la calma rural de Puglia, su tierra natal en el sur de Italia, y Patricia Claro los paisajes vírgenes de Chile. Neville de Almeida recorrió el Amazonas y Chen Jiagang los centros industriales en el interior de China. Ronald Duarte realiza una performance con extintores de incendio en la capital de Tierra del Fuego. Agnes Meyer-Brandis y Katie van Scherpenberg estudian los glaciares de la Patagonia.

No es de extrañar entonces que los cuatro elementos fundamentales fuego, agua, aire y tierra aparezcan una y otra vez como leitmotiv al interior de la exposición.

© Copyright texto: Alfons Hug

Intempéries
7 de marzo -
12 de abril de 2009

Oca
San Pablo, Brasil

Curadores:
Internacional: Alfons Hug
Brasil: Alberto Saraiva

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