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Ensayo sobre el proyecto de tapices \"Fin de Silencio\", expuesto en Madrid, Lleida y Venecia.
Por Iván de la Nuez | ago 2011uno
"Bajo los adoquines, está la playa". Este dictum sostiene la certeza de que, en el subsuelo de la represión uniformada, se esconde una diversidad libertaria próxima a alcanzar la superficie y, aún más importante, transformarla.
La frase fue un pilar del Mayo francés.
En Fin de silencio, Carlos Garaicoa invierte el sentido de esa frase y de la utopía que la alienta. Los tapices y mensajes que componen este proyecto -jeroglíficos populares que hoy se leen como parábolas casi místicas; sortilegios antes inocuos, ahora amenazantes- habían permanecido escondidos bajo la arena uniforme (ideológica o turística, ideológica y turística) que se suele proyectar como el presente de la experiencia cubana.
dos
Garaicoa no desconoce los vasos comunicantes entre la revolución antillana y la revuelta francesa (ese mutuo trasiego de arena y adoquines que han sostenido tantas ilusiones revolucionarias en las últimas décadas). Con Sartre a la cabeza de la conexión y su proclamación de la "revolución sin ideología": alejada –según aquel presente suyo de hace medio siglo– de la Unión Soviética y al mismo tiempo de Estados Unidos. En un pasaje de Huracán sobre el azúcar (el libro que dedicara a Cuba en 1960), el filósofo francés se permite incluso proponer a los intelectuales cubanos su singular receta para eludir ambos imperios: "Sean afrancesados", así dijo.
No fue esta fórmula de Sartre un pilar de la revolución. Pero sí lo fue de la imagen de la revolución en predios occidentales. Desde entonces, Cuba como fantasía ideológica y última Tule de la resistencia al imperialismo; faro de los movimientos anticapitalistas y paisaje simbólico donde los occidentales pueden, una vez al año, practicar su versión tropical de la redención.
tres
A diferencia de las islas o ciudades imaginarias de Moro, Bacon, Campanella o Erasmo de Rotterdam, la izquierda intelectual encontró en Cuba una isla lejana pero real, un paraje exótico pero occidental, un líder autoritario pero carismático; semejante a aquel rey Utopo, fundador de ese mundo tenebroso y perfecto que fue Utopía.
cuatro
La utopía, precisamente, traza una línea continua en la obra de Carlos Garaicoa. Una utopía desbordada, eso sí, por el hecho, no siempre perceptible, de su obsolescencia. Por eso –a diferencia del clásico dictum francés–, aquí, bajo la playa del paraíso (turístico y utópico, revolucionario y hedonista), se rescatan estos tapices que no invocan ninguna emancipación abstracta sino posibilidades concretas –formas "menores" de plantarse ante el mundo.
cinco
Carlos Garaicoa no sólo ha perseverado en constatar los resultados físicos de las utopías; también ha notificado las consecuencias demoledoras de sus sueños. Desde sus fotografías de las ruinas hasta sus maquetas, desde sus videos hasta sus instalaciones, de sus planos a sus textos, este ha sido el norte de una obra que ha desmontado, una por una, las supuestas verdades de los paraísos utópicos. Para ello, ha contrastado el "no hay tal lugar" de esos proyectos con el lugar, realmente existente, de sus ruinas. Unas ruinas transformadas en espacios rituales; o en un set preparado para una postal.
Mientras otros insisten en vindicar a las utopías bajo su halo redentor, Garaicoa prefiere enfocarse, estrictamente, en su deterioro físico. Cuanto más se las coloca como paradigma de futuro, él lanza un aviso sobre sus maneras de secuestrar el presente. Donde muchos ven la libertad, Garaicoa ha detectado la represión.
seis
Así en Las joyas de la corona, nos encontramos con ocho "joyas" de la represión emplazadas bajo distintas culturas y sistemas políticos, pero todas garantes, por excelencia, del funcionamiento disciplinado de la experiencia urbana.
Ni la Ciudad del Sol, de Campanella; ni la espiral de Tatlin. Tampoco aquellas obras hechas para el porvenir por los futuristas italianos. Se trata, sin más, de ocho edificios donde se practica o diseña la represión y la tortura: el Estadio Nacional de Chile; el edificio del KGB, en la antigua Unión Soviética; el de la Stasi, en Alemania; la Base Naval de Guantánamo; el Pentágono, en Estados Unidos; la Escuela de Mecánica de la Armada, en Argentina; el DGI o Villa Marista, en La Habana…
Hablamos de maquetas plateadas, piezas de joyería. Y del horror como objeto de sublimación estética, susceptible de convertirse en arte, y acallado pertinentemente bajo un baño de plata.
siete
Si Las joyas de la corona se ocupaban de velar, Fin de silencio "desvela" (en cualquier sentido que tenga esta palabra). La estrategia, ahora, no consiste en nublar, con un baño de plata, las zonas más siniestras de la historia contemporánea. Todo lo contrario.
En Fin de silencio, el rescate de las formas es, ante todo, el rescate de la palabra. El desenmascaramiento de la imagen es tan solo el primer paso para la recuperación del imaginario.
A base de barrer arena, se ha desmantelado el estándar. Ha sido sacudir la alfombra y han comenzado a aparecer los susurros, hasta ahora inaudibles, de otro tiempo y otra vida, secretos que no estaban bajo la alfombra sino dibujados en ella. (Y, sobre ella, una explanada de sílice a la que había que someter a excavación; a una cierta arqueología.)
ocho
Las alfombras de Fin de silencio parecen haber sufrido la acción de las aspiradoras de Mr. Wormold (aquellas que pusieron en jaque al mundo de la Guerra Fría en Nuestro hombre en La Habana). Con esas verdades tenues, tan aferradas a estos tapices –igual que el falso espía de Graham Greene a La Habana– "como al escenario de un desastre".
nueve
Fin de silencio recupera un momento previo a nuestra experiencia actual. Un mundo en el que las ciudades (todavía) no se han convertido en parques temáticos, ni las gestas políticas en "prácticas artísticas" para ser programadas en los museos. Los latidos que aquí se dejan notar tienen algo que decir sobre el arte contemporáneo (o lo que queda de esta ambigua definición) y su obsesión por encontrar –de Rusia a China, de Guantánamo a la futura Isla de los Museos en Abu Dhabi– nuevas cotas de vanidad convenientemente barnizadas con discursos altruistas.
diez
De ahí que estos tapices tengan un cierto sentido anacrónico. Más que al arte, evocan una artesanía, antigua y familiar, táctil y próxima. Más que a un discurso –bajo el cual han permanecido aplastados largos años–, implican a una poética. Más que cubanos, resultan "cubistas", dado que postulan la olvidada costumbre de la convivencia y la aceptación de todos los ángulos posibles.
Al sacarlos a la superficie, Carlos Garaicoa nos propone la solución de una encrucijada contemporánea, adaptable a cualquier lugar o circunstancia. Es difícil resistirse a vivir bajo la arena informe de la estandarización, pero podemos asirnos a nuestras propias palabras para resistir, con alguna dignidad, la pulsión por la indiferencia que rige nuestro tiempo.
Iván de la Nuez
* 1964 La Habana, Cuba. Ensayista, crítico de arte y curador.
Anteriormente en:
Abierto x Obras
Matadero de Madrid
25 sept. - 7 nov. 2010
Fin de Silencio
14 mayo - 28 agosto 2011
Centre d´Art La Panera
Lleida, España
También parte de la muestra:
Penelope’s Labour
4 junio - 18 sept. 2011
Le Sale del Convitto
Fundación Giorgio Cini
Venecia, Italia