Para la mejor vista de nuestra página web, use su dispositivo en forma horizontal.
La historia de Brasil a partir de la obra del artista autodidacta Hélio Melo, un seringueiro del Amazonas.
Por José Roca | ago 2008Entonces, como aprendí sin profesor, pueden llamarme pintor de la selva. Porque sólo quien ha vivido allá adentro es capaz de descubrir los misterios de la naturaleza a través de nuestros hermanos los indios, dueños de la selva.
Hélio Melo [1]
Espacio
En la obra Estrada de Floresta del artista acreano [2] Hélio Melo (1926-2001) un seringueiro [3] se aproxima a un gran árbol de caucho, que en la selva puede llegar a medir más de treinta metros de altura y casi tres de diámetro [4]. El cuadro no miente, no exagera; no se trata de una licencia pictórica: la realidad es más contundente que la fabulación. En donde el ojo occidental, enfrentado a la selva, solamente ve una impenetrable maraña verde, el cauchero estructura un recorrido, su recorrido: un mapa mental de su diario deambular en busca del sustento. Cuando el seringueiro ve la selva, ve individualmente cada árbol, al que conoce como se conoce a un familiar [5]. En el cuadro de Hélio, cada brazo del árbol representa un camino, un sendero a través de la selva; cada rama, un árbol que debe sangrar; cada nodo circular, un punto de descanso en el trabajo de recolección del látex.
El caucho fue una materia prima esencial para el desarrollo industrial de Europa y los Estados Unidos a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Formaba parte integral de la mayoría de las máquinas - válvulas, sellos, correas - y de todos los vehículos. Hay que recordar que para 1927 la fábrica de Ford había producido 15 millones de automóviles Modelo "T", a un ritmo de casi un millón anual. Algunos observadores han calculado que cada automóvil requería en promedio más de cien libras de caucho en sus diferentes elementos, lo cual nos da una idea de la demanda que llegó a tener el caucho silvestre en el primer cuarto del siglo pasado [6]. Como durante la Segunda Guerra Mundial Japón asumió el control de las áreas tropicales del sureste asiático en donde estaban los grandes cultivos industriales de caucho, el látex americano devino de nuevo un producto estratégico [7], generando un resurgimiento del interés político en las áreas caucheras de la amazonía brasileña. Es por lo menos irónico que el desarrollo de las que en su momento fueron tecnologías de punta estuviera literalmente en manos de personas que, de manera artesanal y gota a gota, le sacaban al "árbol que llora" su preciada sangre [8]. La implacable lógica del capital hizo extensivo este sangrado a toda una comunidad, que sujeta a los vaivenes de la geopolítica, vivió ciclos de desarrollo y crisis a causa de un agente externo que nunca conoció ni pudo controlar.
El árbol de Hélio es, pues, un mapa; pero también es una crónica. Es posible leer en este árbol-recorrido las razones de la tragedia que significó la explotación del caucho en el área de lo que hoy es territorio de Brasil, Bolivia, Perú y Colombia [9]. El problema central de la extracción del látex en América está ligado a una circunstancia biológica; nunca se le pudo cultivar industrialmente de manera eficiente debido a que cuando los árboles están próximos, en filas, se vuelven muy vulnerables a la acción de un hongo mortal [10]. Irónicamente, los ingleses lograron establecer en Malasia grandes plantaciones de árboles de caucho con base en semillas recolectadas en Brasil, que funcionaron debido a que en su nuevo hábitat los árboles carecían de enemigos naturales [11]. Las fallidas experiencias del industrial automotriz Henry Ford en la selva Brasileña en los años veinte [12], y las de los Estados Unidos en Panamá y Costa Rica en los cuarenta evidenciaron que la única forma de explotar el caucho americano era la tradicional, recogiendo el látex de los árboles silvestres. Pero esto significaba una diferencia esencial en términos de eficiencia y rendimiento, lo cual se traducía en una marcada disparidad en el precio de cada kilo producido. Mientras que en los territorios controlados por la corona inglesa un hombre podía sangrar por sí solo más de 400 árboles diarios, produciendo anualmente casi 18 toneladas de látex, un seringueiro brasileño, para producir apenas una quinta parte, debía recorrer cientos de metros a través de la selva de un árbol al otro, desafiando la espesa vegetación, las plagas, los animales y los demás peligros de la selva [13]. Y además, en las épocas más álgidas del boom cauchero en el Amazonas, la presión de lograr un rendimiento absurdo para las condiciones en que se realizaba trabajo, so pena de castigos físicos para él y su familia [14]. Las dificultades derivadas de la extracción, aunadas a las ligadas al transporte del caucho desde las profundidades de la selva hasta los puertos y de allí a sus consumidores finales, significaron un precio significativamente mayor, más de cinco veces el costo de producirlo en plantaciones [15]. Como la lógica capitalista clásica (la industrialización de los procesos) no funcionó debido a la naturaleza misma del árbol, la única forma de que el negocio fuera competitivo era reduciendo el precio en el origen, es decir, en el proceso mismo de explotación. Al no poder optimizar el sistema de recolección - como era la tradición desde la revolución industrial - la única estrategia posible era tener mano de obra barata. El recurso fue volver a la lógica pre-capitalista feudal, es decir, el empleo de trabajadores en condiciones infrahumanas - lo cual rápidamente derivó en la servidumbre más abyecta e inclusive la esclavización, en el caso de los indígenas. A través de un verdadero régimen del terror, los magnates del caucho sometieron primero a los campesinos del Nordeste de Brasil, desplazados por las sequías, mediante un sistema de contrato en el cual todos los transportes, vivienda, insumos y herramientas que recibía cada trabajador tenían que ser pagados con su trabajo, en una espiral de préstamos impagables en la cual a más tiempo trabajado, menores las posibilidades de pagar la deuda.
Cuando ni siquiera esto fue suficiente, comunidades enteras de indígenas fueron obligadas por la fuerza a trabajar en la industria, diezmando por agotamiento y enfermedades a los "dueños de la selva", cuya tragedia fue el encontrarse en el camino de la empresa civilizadora [16]. El mapa de Hélio muestra las estradas de floresta, que, en palabras de Euclides da Cunha, son "tentáculos de un pulpo desmesurado", la "imagen monstruosa y expresiva de la sociedad torturada que moraba en aquellos parajes" [17]. La selva como edén impoluto devino infierno: "El seringueiro es sobre todo un solitario, perdido en el desierto de la selva, trabajando para esclavizarse. Cada dia en un seringal corresponde a un trabajo de Sísifo - saliendo, llegando y nuevamente saliendo para las estradas en el medio de la selva, todos los días, siempre, en un ‘eterno giro de encarcelado en una prisión sin muros’ [18].
Tiempo
Dado que el seringueiro debía seguir una rutina precisa en su trabajo de acopio de la leche vegetal, el árbol de Hélio Melo es también una medida de tiempo: una jornada de trabajo. Cuarenta y tres árboles en el primer recorrido, en el cual hacía las incisiones en el tronco y dejaba colocadas las tigelinas, pequeños vasos en lata en donde goteaba el látex. Cincuenta en el segundo, cuarenta y nueve en el tercero. Más tarde, luego de un breve descanso, volvía sobre sus pasos, recogiendo en baldes el contenido de cada vaso. El final de la jornada lo ocupaba en ahumar el caucho recogido para solidificarlo en grandes balas llamadas pelas.
Según nos dice el cuadro, en un día el seringueiro de Hélio sangraba casi ciento cincuenta árboles. No sabemos a ciencia cierta qué distancia recorría, pero si de acuerdo a los botánicos los cauchos en su estado silvestre están usualmente separados entre 100 y 150 metros uno de otro, podemos pensar que en un día un trabajador podía caminar casi 50 kilómetros - la distancia para atravesar el Sao Paulo de hoy - entre el sangrado de los árboles y la posterior recogida del producto, bajo el calor inclemente de la selva húmeda [19].
El seringueiro carga un rifle, está armado. Este seringueiro-soldado es Hélio mismo, quien fue "Soldado da Borracha" [20]. Hélio fue uno de los casi 60.000 jóvenes brasileros que participaron en un programa liderado por los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial (destinado a contrarrestar los efectos del bloqueo japonés a la producción asiática de caucho), puesto en práctica en la Amazonía con el concurso del Estado Brasileño. La Batalha da Borracha fue una empresa motivada por las necesidades de la industria de la guerra, y por lo tanto una empresa bélica; el seringueiro devino de esta manera un soldado. Su misión: elevar exponencialmente la producción de borracha, de las exiguas 16.000 toneladas logradas en 1941, a 70.000 anuales. Para un incremento tan importante se requerían más de 100.000 trabajadores, razón por la cual se puso en práctica una agresiva campaña de propaganda. A los hambreados habitantes del Nordeste, afectados por una sequía que parecía no tener fin, se les bombardeó con imágenes tendenciosas, carteles que mostraban el látex saliendo a chorros de los árboles para ser recolectado sin esfuerzo en baldes, y que resaltaban el verde del Amazonas como el mítico ElDorado de exhuberancia y riqueza en un Nordeste asolado por la sequía. Sin tener mucho que perder, muchos se enrolaron en el programa. Pero ni siquiera los incentivos económicos fueron suficientemente efectivos para captar el contingente humano necesario para tamaña empresa, razón por la cual se acudió al reclutamiento forzado. Miles de jóvenes Nordestinos acosados por la pobreza decidieron seguir este rumbo, confrontados a la alternativa de pelear en el frente de batalla contra las fuerzas del Eje. Más les hubiera valido: de los 20.000 soldados que pelearon en Europa, murieron apenas 454; en contraste, de los casi 60.000 soldados da borracha enviados a la Amazonía entre 1942 y 1945, casi la mitad sucumbieron a la selva sin haber disparado un tiro [21]. La explotación de los soldados da borracha repitió punto por punto el injusto esquema de trabajo del primer boom cauchero, llamado "sistema de aviamento", en el cual el trabajador siempre debía más de lo que producía. Como legalmente se le impedía abandonar el seringal sin haber saldado su deuda, el viaje se convertía siempre en un viaje sin retorno, y el contrato en un contrato de esclavización.
La circularidad del recorrido propuesto por la seringueira de Hélio es en consecuencia el tiempo circular: el eterno retorno (de la tragedia) [22].
Energía
El cuadro de Hélio Melo sorprende por su síntesis y por la complejidad de los códigos que maneja. En efecto, a pesar de ser autodidacta en arte, Hélio no debe ser considerado un artista naif. Sus representaciones de la selva - sus usos, sus mitos y sus personajes - no solamente están exentas de inocencia, sino que debido a su profundo conocimiento del territorio físico y social que retrató, su obra está llena de claves ocultas, referencias que solamente quien conoce la selva puede descifrar. Es una representación desde la experiencia directa. Hélio, nacido y criado en un seringal, aprendió por sí mismo a pintar en medio de la selva y tuvo en consecuencia que desarrollar su propio lenguaje pictórico [23]. Como afirmaría Eduardo Galeano refiriéndose a Evo Morales, "el único lenguaje digno de crédito es aquel nacido de la necesidad de decir" [24]. Hélio desarrolló un lenguaje muy particular en el cual los árboles se vuelven vacas y terneros, los burros y las tortugas se suben a las ramas, las Seringueiras devienen caminos, y los Seringalistas, dueños de la tierra, son burros indolentes que observan a los seringueiros trabajar desde la comodidad de sus hamacas.
Entre los varios libros que Hélio publicó con medios precarios [25], uno de ellos - escrito poco antes de morir - se enfoca en la necesidad de salvar la selva, amenazada por la explotación masiva de madera, los monocultivos extensos, las carreteras, y en general los efectos del progreso capitalista impuesto a la realidad de la selva. El caucho fue talado para dejar grandes áreas libres para la ganadería, y al desaparecer el árbol, comunidades enteras quedaron sin posibilidades de subsistencia. "Fue muy triste el destino del caucho, que lamentablemente quedó sin historia. Se saben algunas cosas a través de personas de edad, algunas de esas personas ya no están, pero dejaron testimonios sobre la tumbada y desaparición del caucho. El resultado es que nadie se atrevió a escribir su historia. Por suerte, luego se descubrió la Seringueira, en 1880. De la misma forma que el caucho tuvo un triste fin, los seringueiros tienen una historia dolorosa. La leche de la seringa fue y todavía es suplantada por la leche de vaca" [26].
El arte de Hélio no es el arte de un iluminado, en el sentido que se le da a muchas producciones del llamado art brut, sino la expresión visual de un inventario de prácticas en vías de extinción de un personaje con plena conciencia de lo que estaba en juego. Pero sí es un "arte iluminado". La luz particular de las obras de Hélio Melo, cautivó a muchos, entre ellos al escultor Sergio Camargo [27], quien al respecto escribió: "¿Caso de simbiosis estética con la selva en que vivió? Así se explicaría naturalmente ese fenómeno, sin dar cuenta todavía de su motivación profunda en conocer, por el trabajo del arte, los meandros luminosos que supo percibir; por ejemplo la imanencia compleja de la luz suntuosa, curiosamente definida con la mayor precisión en dibujos de sabia naturalidad. Así la limpia alborada, el lento llegar de la oscuridad nocturna, las travesuras de la luz en las ramas y su paso efímero en la textura rugosa de los troncos; las claridades luminescentes, los suaves abrigos de sombra, los finos recorridos y los amplios espacios que, plenamente, la luz de Hélio Melo ocupa" [28].
Materia
El cuadro de Hélio habla de la selva. O más exactamente la selva habla a través de la obra de Hélio, literalmente. Ante la ausencia de pigmentos para sus obras, Hélio Melo desarrolló su propio método para obtenerlos macerando hojas (presumiblemente del caucho mismo), cortezas, raíces y frutos, y utilizando, según la leyenda local, el látex como aglomerante [29]. Esta es la razón de la coloración verdosa característica de sus obras. Uno de los recursos pictóricos recurrentes en el trabajo de Hélio es la aparición de una fila de hojas afiladas en el margen inferior del cuadro, que establece una especie de primer plano teatral que sitúa la acción en "la selva". Esta cortinilla de hojas no ha sido pintada: se trata de una huella, pues ha sido lograda con hojas lanceoladas, mojadas en pigmento y aplicadas directamente en el soporte a manera de sello. La pintura de Hélio no solamente representa la vida en la floresta, sino que presenta la selva a través de su uso extensivo como materia y como pincel.
Poéticas (micro)políticas
La Estrada de floresta de Hélio puede también ser leída en el contexto de la recuperación de los valores culturales y las tradiciones de la extracción del caucho en un momento en el que las empresas madereras, los ganaderos y los cultivadores de cereales estaban obteniendo concesiones del estado para talar la selva. Acre es, no hay que olvidarlo, el territorio de Chico Mendes, también seringueiro. Chico combatió la destrucción de la selva con medios no convencionales, como los llamados empates - acciones colectivas de activismo social no exentas de un carácter poético - en los que comunidades enteras de hombres, mujeres, ancianos y niños se tomaban de las manos para rodear a los trabajadores contratados para talar los árboles. Mediante esa estrategia de coerción pacífica, logró defender grandes extensiones de tierra que habían servido de sustento a comunidades enteras, en contra de los intereses de los grandes terratenientes [30]. Chico lideró el concepto de reservas extrativistas, una acción que va más allá de la defensa a ultranza de la selva en la tradición de los ambientalistas. Las reservas extrativistas no consisten solamente en la conservación de un recurso natural - la selva - para contrarrestar una deforestación masiva para la ganadería y el monocultivo, sino la preservación de un uso cultural, realizado por generaciones de indios y colonos a través de los siglos: la extracción del látex. Según el cineasta Adrian Cowell, quien realizó A Década da Destruição, documental sobre los procesos de deforestación en Brasil, "La gran ventaja de la reserva extrativista era justamente su pueblo que podía defender sus fronteras, y que formó una fuerza social que podía actuar en la política local. De la misma forma como ese árbol amazónico que alimenta colonias de hormigas para defenderse contra otras hormigas, los seringueiros y los indios son los defensores natos y naturales de la selva Amazónica [31].
La situación actual de la selva amazónica en los países que la comparten se debate entre una lucha por preservar la naturaleza y los usos sociales y culturales asociados a una explotación milenaria y renovable de los recursos, y la implementación de mejoras - en ocasiones bien intencionadas, pero la mayoría de las veces derivadas simplemente de intereses privados - que facilitarían la entrada de los pueblos "aislados" en la globalización. La insistencia en las vías de penetración como la solución a los problemas de aislamiento de las comunidades amazónicas hace recordar, en su terca insistencia, la construcción de la ferrovía entre los ríos Madeira y Mamoré, gesta íntimamente ligada a la creación de Acre como territorio independiente en 1899 y su posterior anexión por parte de Brasil en 1904 [32].
Ambas tendencias tienen quienes las defienden y detractores furibundos. Los partidarios de los cultivos en extensión argumentan que a mayor producción, mayores los recursos derivados de regalías e impuestos, y más cantidad de puestos de trabajo. Sus contradictores defienden a las comunidades que viven de la explotación racional de los recursos de la selva, aunque la defensa a ultranza de la tradición de la explotación del caucho - elevada a la categoría de mito fundacional - olvida, al idealizarla, que la industria del caucho significó el exterminio de etnias enteras de indígenas: se trató de una prosperidad temporal e ilusoria que sólo benefició a unos pocos, basada en la sangre y el sufrimiento. En muchas ocasiones y a menudo con fines políticos y electorales esta historia trágica es voluntariamente borrada [33] en aras de la conveniencia de un mito fundacional idealizado que pueda dar cohesión y sentido de pertenencia a una comunidad, que puede ser cooptada políticamente [34].
Las buenas intenciones son siempre unilaterales, y no necesariamente compartidas por el destinatario de la dádiva. La imposición de patrones foráneos no encuentra ya un terreno fértil para su afianzamiento, en un contexto políticamente más maduro. El etnobotánico Wade Davis anotaba que al enfrentarnos a comunidades cuya historia, costumbres y mitos desconocemos, "idealizamos un pasado que nunca vivimos y les negamos a quienes lo vivieron que cambien. Tal vez olvidamos la lección más inquietante de la antropología. Como dijo Lévi-Strauss, ‘los pueblos para quienes se inventó el relativismo cultural, lo han rechazado’" [35]. Actualmente en Brasil existen una serie de iniciativas como la Universidade da Floresta encaminadas a lograr soluciones locales que tengan en cuenta el saber de las comunidades y su insumo conceptual en la concepción de estrategias de desarrollo cultural y económicamente sostenibles. Al respecto, vale la pena mirar de nuevo al seringueiro de Hélio, sólo frente a su árbol/selva: "Sólo tenemos una solución: dejar todo atrás y, sin ningún constreñimiento, comenzar una nueva marcha, de manos erguidas, procurando construir sin destruir" [36].
La artista eslovena Marjetica Potrč, quien estuvo en residencia en Acre en 2006 invitada por la 27 Bienal de São Paulo, señala cómo el aislamiento puede ser considerado una ventaja relativa, en el sentido de poder desarrollar respuestas propias e inéditas a problemas que son eminentemente locales, incorporando el saber de indígenas, campesinos y seringueiros en la solución de problemas. Esta estrategia permite entender las micropolíticas locales como un modelo a aplicar - en lugar de soluciones globales que desconocen las especificidades del territorio: "en los últimos quince años, grandes áreas de tierra en Acre han sido entregadas a comunidades, incluyendo a la población indígena, para manejo sostenible. […] La sostenibilidad concierne tanto el medio ambiente como la economía. Quienes manejan estos territorios ven esta economía de pequeña escala tanto como una herramienta para su propia supervivencia como un nuevo modelo económico crucial para la supervivencia del planeta y de la sociedad en general. ¿Depende el futuro del mundo del balance entre territorios controlados localmente y las fuerzas globalizadoras de compañías multinacionales? Las personas con quien hablé definitivamente piensan que sí. Y deberían saberlo, pues lo que llamamos la última frontera mundial, la selva, ha sido cruzada. Así que, en muchos sentidos, Acre representa la última frontera de la tierra [37].
Notas:
José Roca
Curador, vive en Bogotá. Director artístico de FLORA ars+natura
Hélio Melo
* 1926 Vila Antimari, Boca do Acre, Estado de Amazonas, Brasil.
+ 2001 Goiânia, Brasil.
Artista visual artist, compositor, músico, autor, seringueiro.
Imagen arriba:
Estrada da floresta. 1983
Pigmentos sobre madera