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Museo de Arqueología de Alta Montaña

El museo fue inaugurado en 2004 para conservar, investigar y difundir un descubrimiento de inigualable valor del periodo incaico: los cuerpos momificados de un niño, una niña y una joven entregados a los dioses en el contexto de una ceremonia Capacocha en el volcán Llullaillaco (6739 m), en la frontera entre Argentina y Chile, con más de 100 objetos funerarios.

El yacimiento, una plataforma de aproximadamente 10 x 6 m justo debajo de la cima, es el sitio arqueológico más alto del mundo. El santuario permaneció intacto durante más de 500 años, lo que es extremadamente inusual. Cuando la expedición abrió las tres tumbas bajo la plataforma en 1999, encontró los cuerpos con sus ofrendas tan bien conservados debido al frío glacial, la baja humedad y la falta de microorganismos, que se hallan sin duda entre los hallazgos de momificación natural mejor conservados del mundo..

A la complicada recuperación le siguieron años de investigación interdisciplinaria, primero en la Universidad Católica de Salta y luego en el mismo museo, que cuenta con un equipamiento especial de criopreservación. Gracias a técnicas paleorradiológicas, estudios dentales, análisis de cabello y de ADN, etc., se obtuvieron importantes conclusiones científicas sobre las personas, la vida cotidiana y las prácticas rituales del periodo inca.

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En las salas abiertas al público del Museo de Arqueología de Alta Montaña puede verse sólo una de las tres momias por vez, dentro de una cámara frigorífica acristalada. Las vitrinas exponen el ajuar funerario asociado a cada niño, que incluye estatuillas antropomorfas femeninas y masculinas con cuerpos de oro o plata y tocados de plumas, así como diversos objetos con significado ritual (vea más abajo).

El Llullaillaco, de 6.739 m de altura, situado en la cordillera de los Andes, en la frontera entre Argentina y Chile, está considerado el segundo volcán históricamente activo más alto del mundo. Entró en erupción por última vez en 1877.

Desde la base hasta la cima, los incas construyeron varias estaciones, como un tambo (albergue para viajeros, mensajeros, soldados, etc.) a 5200 m como punto de partida para el ascenso en tiempos prehispánicos. Después de que los miembros del Club Andino de Chile lograran realizar la primera ascensión deportiva en 1952, informaron sobre las ruinas que habían visto en la cumbre. La exploración científica de los yacimientos arqueológicos del Llullaillaco comenzó en 1958 y 1961 con expediciones dirigidas por el austriaco Mathias Rebitsch, a las que siguieron otras de otros equipos.

El antropólogo Johan Reinhard, de Estados Unidos, ya había realizado investigaciones en el Llullaillaco en 1983, 1984 y 1985, mencionando en sus publicaciones la importancia de una plataforma de aproximadamente 10 x 6 m a una altura de 6715 m, pocos metros debajo de la cima, donde podrían haber tenido lugar sacrificios humanos. Esta hipótesis fue el punto de partida de la gran expedición organizada por Reinhard en marzo de 1999 con la arqueóloga argentina María Constanza Ceruti y otros expertos de Perú y Argentina. El 17 de marzo, primero el Niño y la adolescente de 15 años (la Doncella) y dos días después la llamada Niña del Rayo fueron descubiertos bajo la plataforma de culto a una profundidad de 1,5 a 2 m, junto con las ofrendas que los acompañaban.

Las víctimas sacrificiales del Llullaillaco no fueron muertas a golpes ni estranguladas, como señalan las crónicas que solía ocurrir durante estos rituales. Tras las penurias de una peregrinación de 1.500 km como parte de la ceremonia de Capacocha (véase más abajo) y la ardua subida a una de los cerros más altos del continente, las dos niñas se durmieron agotadas y murieron congeladas en el frío extremo. El niño probablemente murió de mal de altura ya en la última parte del camino. (Ceruti, 2012). Los análisis revelaron que los niños habían recibido alcohol y coca durante un largo periodo y que la dosis había sido incrementada considerablemente en los días previos al sacrificio. Los cuerpos no fueron momificados por sacerdotes, sino que permanecieron congelados de forma natural y permanente.

Las piernas del niño de siete años, cruzadas por delante del torso, estaban atadas con una cuerda, probablemente para transportarlo mejor en caso de que muriera antes de llegar a la cumbre. Una penacho de plumas blancas en su cabeza inclinada hacia delante está sujeto por una cinta de lana de color natural enrollada varias veces. Lleva el pelo cortado a la altura del cuello. En los pies calza mocasines de cuero. Los dos brazos le cuelgan a los lados del cuerpo. El antebrazo derecho está adornado con un brazalete de plata. El niño viste una túnica de lana de llama u otro camélido teñida de rojo. Está sentado sobre una túnica doblada o uncu (prenda que llega hasta la rodilla). Un manto tejido de color rojo y marrón envolvía su cabeza y torso como cubierta exterior del fardo funerario. Para los objetos rituales, vea la página de fotos.

El Niño, foto

(Síntesis de Universes in Universe de informaciones en: Ceruti, 2003)

La "Niña del Rayo", de seis años, lleva ese nombre porque fue alcanzada por un rayo que penetró más de un metro en la tierra, carbonizando las telas exteriores que rodeaban el fardo funerario y quemando partes de su cuerpo y rostro. Los párpados están semicerrados y se pueden ver los dientes en la boca ligeramente abierta. Está peinada con trenzas y su frente luce un inusual tocado de metal plateado. Las piernas están dobladas y cruzadas, las manos descansan sobre los muslos. Lleva un vestido envolvente (acsu) sujeto a la cintura por una faja multicolor y una capa (lliclla) prendida con una gran aguja (tupu). Los pies calzan mocasines hechos con el cuero de un camélido andino.
Fotos de la Niña del Rayo en la exposición, así como informaciones y fotos del ajuar funerario, pueden encontrar en las páginas de imágenes.

Niña del Rayo, foto

(Síntesis de Universes in Universe de informaciones en: Ceruti, 2003)

La joven de quince años puede haber sido una de las "doncellas elegidas" (acllakuna) La joven de quince años puede haber sido una de las "doncellas elegidas" (acllakuna) que debían crecer recluidas y virginales hasta ser sacrificadas al dios del sol Inti. Fue encontrada en posición reclinada con la cabeza hundida sobre el pecho. El tocado de plumas blancas que llevaba yacía en la tumba a su lado. Hay pigmentos rojizos en los pómulos y alrededor de los labios y pequeños trozos de hojas de coca bajo la nariz. El cabello largo se recoge en finas trenzas. Los brazos y las manos descansan sobre el estómago. La Doncella viste un acsu (vestido envolvente) marrón y un fajín multicolor anudado a la cintura. Un manto grisáceo sobre los hombros se sujeta con una aguja (tupu). En su hombro derecho, por encima del vestido, lleva una serie de peculiares colgantes de hueso y metal a modo de joyas. Los pies calzan mocasines. La joven estaba envuelta en una tela de color arena con ribeteado de colores, complementada con una tela similar que envolvía la cabeza y el torso. Sobre el hombro derecho de la Doncella yacía plegado un precioso uncu (prenda hasta la rodilla) con cintas azules, rojas y amarillas y motivos ajedrezados ( foto e informaciones). Exámenes interdisciplinarios pudieron revelar la dieta de la Doncella, así como un aumento considerable de su consumo de coca y alcohol hacia el final de su vida.

La Doncella, foto

(Síntesis de Universes in Universe de informaciones en: Ceruti, 2003)

El sacrificio y entierro ritual en el Llullaillaco han sido el momento culminante y conclusión de una ceremonia de Capacocha. Los cronistas del período colonial temprano han informado sobre las ocasiones, los procedimientos y los contextos religiosos de este culto estatal estrictamente regulado. Estos sacrificios humanos tenían lugar en la capital, Cuzco, y en lugares sagrados (huacas) de provincias remotas del vasto Tawantinsuyu (Imperio Inca). Los elegidos para el sacrificio eran enviados como mensajeros con ofrendas a los dioses y en el proceso se convertían ellos mismos en ofrendas. Las Capacochas debían apaciguar y rendir homenaje a los dioses imperiales y a los espíritus locales de las montañas, propiciar la suerte y el bienestar del Inca, que era venerado divinamente como hijo del sol, y consolidar su poder, asegurar la fertilidad de los campos y los rebaños y evitar los desastres.

Se sabe por las crónicas que los gobernantes locales (curacas) de la periferia del imperio ofrecían a sus hijos para las Capacochas con el fin de fortalecer su relación con el Inca. Este podría ser el caso de las dos víctimas más jóvenes del Llullaillaco. La adolescente de quince años es probablemente una de las "doncellas elegidas" (acllakuna) que tuvo que crecer recluida y virginal.

En una ceremonia de Capacocha, los elegidos para el sacrificio se llevaban primero a la capital, Cuzco, junto con preciosos objetos ceremoniales y se consagraban allí. A continuación, eran enviados en una caravana con sacerdotes en una larguísima procesión a varios lugares sagrados del Tawantinsuyu. El análisis de los cabellos reveló que fueron alimentados con comida privilegiada durante este tiempo. También se les daba alcohol en forma de chicha (cerveza de maíz) y coca, aumentando la dosis a medida que se acercaba el momento del sacrificio. Durante el entierro, se añadían ofrendas a los fardos funerarios según el sexo de la vícitma (véase más abajo).

Junto a los muertos envueltos en telas preciosas, se enterraban objetos funerarios específicos de cada sexo en una disposición específica y a distintas profundidades (vea los diagramas), entre los que se encontraban ofrendas a los dioses imperiales y a los espíritus locales de las montañas, así como utensilios y alimentos para los sacrificados en su camino hacia el reino de los ancestros.

Las pequeñas figuras antropomorfas y zoomorfas masculinas y femeninas, están hechas de oro, plata y conchas de spondylus y suelen estar colocadas en hileras. Las crónicas de la época colonial española afirman que los metales oro y plata tenían un significado religioso como manifestaciones simbólicas de las deidades del sol y la luna. Las figurillas antropomorfas masculinas de oro podrían representar a sacerdotes o dignatarios incaicos encargados de los rituales, entre otras cosas porque tienen los atributos típicos de lóbulos de las orejas alargados y perforados. Las figuras femeninas son probablemente encarnaciones de acllakuna ("doncellas elegidas"), porque sus tocados de plumas son similares a los que se encuentran en las víctimas femeninas de las ceremonias de Capacocha, como junto a la Doncella de quince años en el Llullaillaco.

Las pequeñas representaciones de llamas u otros camélidos de los Andes eran sin duda símbolos de fertilidad, reconocibles también por el pene erecto de las figuras de metal, que se suponía aseguraban el bienestar de los rebaños y las caravanas..

Los análisis de los objetos de cerámica revelaron que proceden de Cuzco, del lago Titicaca y de la producción local. Entre ellos se encuentran aríbalos (recipientes típicos incaicos con forma de ánfora) utilizados para transportar y almacenar chicha (cerveza de maíz), así como ollas y jarras con asas, platos y cuencos. La duplicación de utensilios para comer y los vasos de madera para beber (keros) en los enterramientos se debe a la costumbre andina de compartir ritualmente la comida y la bebida. Al parecer, los keros en las tumbas de las dos niñas son los mismos de los que bebieron por última vez antes de morir. En la tumba del niño no se encontró ningún par de tazas para beber y en el aríbalo cerca de su cuerpo aún quedaban restos de chicha, porque ya no pudo beber en la cumbre, al haber muerto durante el ascenso.

Los alimentos en bolsas de tela (maíz, cacahuetes, patatas secas y carne) podían estar destinados a servir de alimento para los sacrificados en el más allá o como ofrenda a los espíritus de las montañas y los antepasados. Poco antes de la muerte, a menudo se colocaban hojas de coca en la boca de las víctimas, como demuestran los fragmentos de dichas hojas alrededor de la boca y en las manos de la Doncella. La masticación de hojas de coca, que sigue siendo habitual en los Andes hoy en día, era un privilegio estrictamente regulado en tiempos de los incas. El hecho de que los niños recibieran coca sólo fue posible porque estaban preparados para la muerte sacrificial bajo el control absoluto del estado.

Algunas figurillas de las tumbas están talladas en conchas de spondylus (ostras espinosas), y en la tumba del niño los arqueólogos encontraron un collar hecho de lana, pelo humano y spondylus. Estas conchas, llamadas mullu eran consideradas por los incas más valiosas que el oro y, por tanto, el "alimento favorito" de las huacas Por ello, en las tumbas de Llullaillaco también se encontraron conchas enteras de spondylus.

Los incas enterraban a las víctimas de Capacocha en los santuarios de la montaña con las ropas que llevaban puestas en el momento de la muerte y las envolvían en telas y mantos para formar fardos, que también podían incluir bolsas, sandalias de repuesto y túnicas adicionales. Los incas enviaban valiosas túnicas a los gobernantes locales (curacas) como regalos diplomáticos. Cuando los curacas ofrecían a sus propios hijos para las Capacochas, aparentemente les daban el regalo del Inca como una ofrenda para llevar con ellos a la otra vida. Esto podría explicar por qué se encontraron valiosas túnicas masculinas en las tumbas de las víctimas femeninas. Un ejemplo es el precioso uncu que yacía doblado sobre el hombro de la Doncella ( foto e información).

Los ornamentos de plumas también tenían un estatus especial entre los incas y estaban reservadas a los nobles y a las ceremonias religiosas. En la tumba de la Niña del Rayo se encontró una bolsa de tela (chuspa) decorada con plumas rojas, que probablemente contenía hojas de coca. En la tumba del Niño se encontró una bolsa similar con plumas blancas.

En época incaica, era costumbre conservar los propios cabellos y uñas para enterrarlos con el cuerpo tras la muerte, ya que se consideraban compañeros del alma en el más allá. Las tres víctimas del Llullaillaco recibieron pequeñas bolsas de cuero que parecen haber sido fabricadas con la piel de testículos de llama y que contenían cabello de los propios niños, según los análisis de ADN.

(Síntesis de Universes in Universe de informaciones en: Constanza Ceruti, 2015)

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Dirección, contacto:

Museo de Arqueología de Alta Montaña

(MAMM)
Bartolomé Mitre 77
A4400 Salta
Prov. de Salta
Argentina

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