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Los griegos atacaron a los nabateos una noche del verano del 311 a.C., cuando los hombres estaban en una reunión tribal y sólo quedaban los ancianos, las mujeres y los niños con las posesiones. Los atacantes mataron a muchas personas indefensas y se marcharon apresuradamente con incienso, mirra y más de 13 toneladas de plata. Sin embargo, las tropas nabateas se enteraron rápidamente de la incursión e infligieron pérdidas devastadoras a los griegos en un ataque sorpresa a su campamento del Mar Muerto.
En una carta dirigida a Antígono, los nabateos se quejan y justifican su contraataque. Antígono afirmó que la incursión se había producido sin su orden y les aseguró su amistad. Pero al cabo de un tiempo envió a su hijo Demetrios con 4.000 soldados de a pie y más de 4.000 hombres a caballo para castigar a los nabateos. Los nabateos pudieron ponerse a salvo con sus pertenencias a tiempo. Dejaron claro a los atacantes que un asedio más prolongado sería inútil en vista de la falta de agua y alimentos, y también les convencieron de que se retiraran mediante "regalos".
Antígono al menos quiso poner bajo su control la explotación del asfalto del Mar Muerto. Encargó a Jerónimo de Cardia (el autor del informe) que lo hiciera, pero sus soldados fueron devastadoramente derrotados por los nabateos.